Sentado en frente de un precioso océano, levantas tu mirada hacia un horizonte en el que los diferentes azules, cielo y agua, diseñan una línea de trazado perfecto.
Mientras esa mirada se pierde, tus ojos se bañan en el Paraíso y tu mente retrocede unos años…
Jóvenes y no tan jóvenes, reunimos nuestra experiencia y ganas de hacer, en un proyecto envuelto de incógnitas de futuro.
Todo comenzó de una forma diferente…
Alquilamos un humilde piso, en un barrio de Coslada, cercano a la central de operaciones, en el que las habitaciones quedaron asignadas, siempre con la inestimable ayuda de los dos sofás que teníamos en el comedor.
Unos procedíamos de Barcelona, otros de Valencia, Granada, Palma de Mallorca o Sevilla y allí nos citábamos cada día, después de largas e intensas jornadas.
Alcanzada ya la noche, nos preparábamos las cenas, mientras el ordenador procesaba la información de los envíos que íbamos a gestionar ese día. Cada envío que se sumaba a los del día anterior, suponía una gran fiesta para todos, incluso a veces hasta motivo del brindis de Ramón.
No recuerdo exactamente el cómo, seguramente en el por qué hoy estaríamos todos de acuerdo…
Apareció ella, nuestra querida Conchi, que se iba a convertir sin saberlo ella, en nuestra alma «mater».
Fue a partir de aquel día que nuestra ropa ya no iba a viajar durante los fines de semana para recibir su correspondiente colada.
Nuevos sistemas de organización se pusieron en marcha. Etiquetas en las camisas con el nombre de su propietario, exquisitas comidas preparadas con un cariño entrañable, que formaba parte del sabor de las mismas.
Aquellas espectaculares tortillas de patata, con la cebolla batida. Cocidos con un sabor indescriptible. Recuerdo que un día le dije a Conchi que «aquel cocido» estaba tan delicioso, que nunca le diría a mi querida suegra, que alguien le había superado.
Llegábamos a nuestro «hogar»  y todo estaba debidamente ordenado. Camas bien hechas, ropas planchadas y dobladas, nevera en condiciones, en definitiva, Conchi había conseguido que nuestro piso de directivos se pareciera a un hogar.
Como si un ángel hubiera venido del cielo a cuidarnos, apareció Usted, querida Conchi.
Fueron pasando las semanas, los meses, los años y aquí nos encontramos hoy, todos juntos alrededor de nuestro ángel de la guarda.
Quien le iba a decir a Usted, que su proyecto de final de carrera consistiría en el cuidado de un grupo de directivos, cual si de una guardería se tratara.
Quien le iba a decir a Usted, que nuestras familias cuando escuchan el nombre de Conchi sonríen, porque saben que gracias a Usted, muchas de sus preocupaciones desaparecieron, ya que estábamos en buenas manos.
… y quién nos iba a decir a nosotros, que hubo un antes y un después desde el día que Usted se incorporó al equipo.
Apreciada Conchi, muchas gracias por todo lo que ha hecho y sufrido por nosotros y nuestros mejores deseos para esta nueva etapa.
Feliz Jubilación y un fuerte abrazo para Usted y su marido.
Eternamente agradecido y siempre en mi recuerdo.